Por el kompa.
En la ominosa oscuridad de Lagos de Moreno, donde las calles parecerían retener secretos oscuros y las construcciones antiguas susurrar tragedias pasadas, se teje un enigma que carcome la cordura de los más valientes. En medio del verano, cuando el sol se niega a ceder ante la oscuridad y la noche llega tarde, cinco jóvenes amigos se reúnen en el mirador de San Miguel, un lugar que solía ser refugio de risas y amistad. Sin embargo, aquella noche, aquella negra noche, marca el inicio de una pesadilla que se desplegaría con la crueldad de una tragedia griega.
El reloj avanza implacable, y los destinos de Roberto Olmeda, Dante Hernández, Jaime Adolfo Martínez, Diego Lara y Uriel Galván toman un rumbo funesto. A través de los testimonios angustiantes de sus familiares, se revela el drama que se desata cuando, uno tras otro, los jóvenes desaparecen en la oscuridad de la noche. La incertidumbre se cierne sobre la ciudad, un velo de desesperación que ahoga la esperanza.
Los corazones de los padres laten con angustia, (esa maldita angustia que ningún padre debería de parecer), mientras el tiempo se desvanece y los rostros de sus hijos se desvanecen en la distancia. Las horas se convierten en un tormento, y las calles de Lagos de Moreno son testigos mudos del sufrimiento que se desencadena. En las redes sociales, las voces de los padres claman por respuestas, por una verdad que se niega a emerger de las sombras.
La ciudad se convulsiona cuando los cuerpos de los jóvenes son encontrados, y los detalles siniestros de su destino empiezan a emerger. El coche de Uriel, aparcado cerca del mirador, parece ser una pieza en un rompecabezas. La noticia de un coche en llamas en una carretera solitaria añade un matiz de horror a la historia, un cuerpo calcinado en su interior como un símbolo de la perdición que acecha.
La oscuridad que rodea el caso se profundiza cuando imágenes perturbadoras se filtran en las redes. Cinco jóvenes arrodillados, golpeados y amordazados, miradas de angustia en sus ojos. Un video espeluznante muestra la violencia en su forma más cruda, cuerpos ensangrentados y acuchillamientos que desafían toda razón. El terror cobra vida en esas imágenes, como si el propio infierno hubiese manifestado su furia.
Las iniciales «puro MZ» y el sombrero sonriente son ominosas presencias en el video, un sello del crimen organizado que deja una huella inconfundible. Las incógnitas se acumulan, como sombras que se ciernen sobre los horrores de la noche. Los límites del Estado de Jalisco se convierten en el campo de batalla entre fuerzas siniestras, mientras la ciudad se convierte en un escenario de pesadillas.
El gobernador Enrique Alfaro lucha por mantener la calma en medio del caos, pero incluso él reconoce la oscura realidad que se avecina. El crimen organizado ha dejado su marca, una huella de sangre y violencia que parece imposible de borrar. En este escenario de terror, la esperanza se desvanece, y los corazones de los padres se sumergen en la agonía de la incertidumbre. Lagos de Moreno, una vez tranquila, ahora es un lugar donde las sombras acechan y los secretos oscuros acechan en cada esquina.
Las flores rotas recogidas en el llano, como símbolos marchitos de la esperanza perdida, resonaron en la mente de aquellos que habían sido testigos silenciosos de la tragedia. Las imágenes de los jóvenes, golpeados y ensangrentados, parecían reflejarse en el cielo sombrío de Lagos de Moreno, como un oscuro encanto que presagiaba el metal de otra mentira. Las calles que una vez habían sido escenario de risas y amistad, ahora estaban marcadas por la oscuridad y la incertidumbre.
Las familias, abrumadas por el dolor y la desesperación, miraron al cielo en busca de respuestas que parecían escaparse entre las sombras. Las flores rotas eran como un último adiós, una señal de partida que marcaba el fin de la inocencia y la llegada de una realidad insondable. Los destinos truncados de Roberto, Dante, Jaime, Diego y Uriel dejaron cicatrices en el alma de la ciudad, cicatrices que nunca sanarán por completo.